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lunes, 12 de octubre de 2015

La perversidad y la crueldad de los religiosos-as católicos durante el franquismo.

"Premiar a las monjas Adoratrices es una burla a la Memoria Histórica"
Las víctimas de los reformatorios dirigidos por la congregación y auspiciados por el Patronato de Protección a la Mujer, institución franquista implicada en la trama de robo de bebés, planean presentar una queja formal ante el Defensor del Pueblo por el premio a los 'Derechos Humanos Rey de España' otorgado a la orden el pasado abril
Público
31-5-2015
JOSEFINA GROSSO

Las Monjas Adoratrices son actualmente una congregación cuya labor se centra en la ayuda a las víctimas de trata, prostitución y violencia de género. Pero, sin embargo, este no siempre ha sido su cometido. Durante décadas la orden de las Adoratrices, 'Esclavas del Santísmo Sacramento y de la Caridad', estuvo vinculada al Patronato de Protección a la Mujer, institución dependiente del Ministerio de Justicia e implicada en la trama de robo de bebés.
El pasado 13 de abril recibieron,  el Premio a los Derechos Humanos Rey de España, concedido por la Universidad de Alcalá y el Defensor del Pueblo. Amarga sorpresa se llevaron  las mujeres que sufrieron el 'destierro" en los centros que dirigían estas religiosas, encerradas por ser lo que en aquel momento se denominada "caídas o en riesgo de caer". "Para aceptar premio alguno primero deberían asumir lo que nos hicieron· Premiarlas es una burla a la Memoria Histórica", sentencian. 

Para aceptar premio alguno primero deberían asumir lo que nos hicieron· Premiarlas es una burla a la Memoria Histórica", sentencian.

Consuelo García del Cid conoce bien el tema. Ella misma fue víctima de uno de los muchos centros que estas monjas controlaban con el beneplácito del régimen. La encerraron "por pensar", sencillamente. Es la autora de Las desterradas hija de Eva, obra que denuncia la labor de "redimir caídas" de estas religiosas. "Ellas pensaban que nos estaban salvando pero lo que de verdad pretendían era anularnos", asegura. "Los conventos de las Adoratrices tenían un régimen carcelario, éramos explotadas laboralmente sin percibir salario alguno, castigadas en cuartos de aislamiento, obligadas a rezar, fregar, obedecer y fingir, mientras intentaban, con todos sus medios, anular personalidades, lavarnos el cerebro e imponer el patrón femenino del régimen con especial devoción", cuenta con rotundidad la escritora. 


Las desterradas son un grupo de mujeres que sufrieron el encierro injusto en estos centros que, luchan "por reivindicar lo sucedido, el horror que vivimos". Aseguran a Público que van a elevar su queja formal ante la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, la misma que dio su visto bueno para premiar a la congregación. "Estoy casi segura de que Soledad Becerril no sabe ni conoce el pasado de las Adoratrices y Felipe VI, tampoco", sentencia Consuelo. 


Teresa Fernández Gismero estuvo también en las Adoratrices, primero en el de la calle Padre Damián, junto a Consuelo, y luego en otro en Albacete. "El día que me enteré me quise morir, y sigo en ello. No entiendo cómo se le puede dar un premio de Derechos Humanos a una orden que ha hecho tanto daño.  Es una aberración después de pasar lo que hemos pasado". También cayó en manos del Patronato por pensar por sí misma.
"Estoy casi segura de que Soledad Becerril no sabe ni conoce el pasado de las Adoratrices y Felipe VI, tampoco"

"A mí me encerraron ahí por pensar, porque me veían desde el colegio como un peligro. Yo era una chica inteligente, qué me hacía muchas preguntas, me cuestionada muchas cosas. Ahora de mayor veo que yo preguntaba cosas que no debía para la época. Todo empezó en el colegio, iba a un colegio de monjas y había una monja en particular que me tenía especial manía, me veía como una amenaza peligrosa", cuenta a este diario Teresa. Recuerda su paso por el centro como tremendo, sobre todo un episodio en concreto, el día que pretendían obligarle a firmar un papel en blanco, algo a lo que se negó rotundamente. Lo que querían que firmara era un consentimiento para quitarle a su madre su patria potestad en favor del Patronato, "todo un sin sentido", lamenta. 

Desde el minuto uno cuenta que se sintió presa y en un acto desesperado decidió emprender una huelga de hambre de casi 40 días que casi la mata. El de Teresa era claramente un acto reivindicativo, un grito desesperado y silencioso, porque, como todas coinciden, todo allí era así, en silencio. "Estaba desesperada, yo antes de entrar tenía una vida y de repente vi que no tenía ningún control sobre mi vida, ninguno. En aquel momento vi que lo único que podía hacer para seguir sintiéndome persona era dejar de comer". Teresa ahora es médico de profesión y sabe que estuvo al borde de la muerte. Le salvó la vida una enfermera que al ver su estado lo puso en conocimiento de su madre. Las monjas, asegura, ignoraron por completo su desesperación.

Anna es francesa, su acento la delata. Su caso es poco habitual. Ella no acabó en las adoratrices por ser 'rebelde'. Por problemas familiares su madre se vio obligada a dejar a su hermana de 12 y a ella de 13 en el cuestionado convento de las Adoratrices de Padre Damián 52. Es amiga personal de García del Cid, amistad que se forjó entre los muros de su destierro. "Hacían lo imposible para separarnos, teníamos que hablar a escondidas. Los momentos de silencio obligado eran muy grande, demasiado largos. 
Define su experiencia como "totalmente destructora".  "No tuvimos malos tratos físicos no pero psicológicos todos. Me sentí maltratada allí. A nadie le importábamos. Y eso que yo me portaba bien, era de las buenas dentro". La hermana de Anna salió tocada del centro, murió antes de cumplir los 20 al poco tiempo de salir de allí. "Le destruyeron la vida, se enganchó a las drogas y murió muy joven a los pocos años de salir del centro", asegura a Público con la voz entrecortada.

Ahora quieren respuestas, "un mínimo reconocimiento por el daño causado y que se contemple el clima moral de sus asuntos", y sobre todo, saber por qué, ahora, sus derechos humanos, "no cuentan".
"Trabajábamos sin recibir ningún tipo de salario, mucho silencio, mucha presión religiosa y encierro constante. Las monjas ganaban dinero a nuestra costa", cuenta Anna. Todos los testimonios coinciden que percibían remuneración alguna por la labor que realizaban en los talleres. Comentan que El Corte Inglés reconoció que en los reformatorios se trabajaba para ellos asegurando que se les pagaba a las chicas, distintos es, como destacan todas, que el dinero llegara a sus verdaderas destinatarias.

"Las adoratrices crearon un sistema penitenciario oculto, colaboraron con el franquismo y sometieron menores hasta los 25 años. Que su premio presente pase por asumir ese pasado reciente que queda por resolver. Tenemos muchas cuentas pendientes y un gran ajuste de hechos", sentencia Consuelo García del Cid, cuya lucha es ya larga. Ahora quieren respuestas, "un mínimo reconocimiento por el daño causado y que se contemple el clima moral de sus asuntos", y sobre todo, saber por qué, ahora, sus derechos humanos, "no cuentan".



Así era la vida de las 'caídas' del franquismo en los reformatorios de Carmen Polo 
Tres mujeres que fueron encerradas por el simple hecho de pensar por sí mismas y querer ser libres cuentan su experiencia en 'Las desterradas hijas de Eva'. La obra de Consuelo García del Cid homenajea a las grandes olvidadas de una dictadura especialmente opresora con las mujeres.
JOSEFINA GROSSO

MADRID. - Tiene 66 años y estuvo diez encerrada en reformatorios franquistas, gran parte de su niñez y toda su adolescencia. Asegura que las heridas siguen abiertas y que las cicatrices no se las quita nadie porque las tiene “en el alma”. El franquismo le quitó a Encarnación —y a otras miles de mujeres— la juventud, la frescura de esos años en los que las condenaron a encierros eternos, vejaciones y todo tipo de malos tratos. La Transición las olvidó, España estaba demasiado ocupada e ignoró “por completo a las menores encerradas, ajena a una realidad oculta bajo los muros de su propia vergüenza”. Así lo cuenta Consuelo García del Cid en su obra de investigación Las desterradas hijas de Eva. Ellas son las verdaderas desterradas. Caídas, así las llamaban, unas por rebeldes, otras por rojas, pero todas condenadas a ser salvadas de caer en el pecado.


El franquismo les quitó la juventud, la frescura de esos años en los que las condenaron a encierros eternos, vejaciones y todo tipo de malos tratos.

Monjas Trinitarias, Oblatas, Adoratrices y de las Cruzadas Evangélicas estaban al mando de estos centros del horror que dependían de la institución dirigida por Carmen Polo de Franco, el Patronato de Protección a la Mujer. A él se llegaba a través de redadas callejeras, denuncias de familiares, de curas del barrio o de vecinos. Entrar era sencillo. Salir, misión imposible. Una vez que las menores entraban en los centros, su patria potestad pertenecía al Patronato y ni siquiera los progenitores podían hacer mucho al respecto.


Disciplina militar y horas de trabajo interminables y sin remuneración alguna centraban el proceso de reforma de estos centros en los que se mezclaba a todo tipo de chicas, desde prostitutas hasta jóvenes cuyo único pecado era rebelarse contra lo establecido.


Hay veces que la realidad supera la ficción. El relato de Encarnación es, como ella misma destaca, una copia de la película Los niños de San Judas: estuvo diez años encerrada. Primero entró en el reformatorio de las monjas josefinas (Lleida) porque “no tenía a nadie, sin más” y luego cayó en manos del Patronato. Su madre la abandonó con tan solo ocho años, su abuelo republicano estaba preso y su abuela a duras penas se podía hacer cargo de ella. Entró en 1959, con 11 años, en un centro dependiente del Tribunal Titular de menores, que describe como “una pesadilla”. “Lo pasé fatal, recibíamos palizas día sí y día también”, asegura aún, a pesar de los años, con la voz entrecortada. 


Después, Encarnación llegó a Madrid y pasó cinco años encerrada en el temido y polémico reformatorio de San Fernando, el mismo que en 1984 cerró sus puertas debido a la controvertida muerte de una interna menor, acabando con décadas de injusticias. Episodio lleno de claroscuros del que se hizo eco la prensa más progresista de la época. “Muchas veces veíamos que se fugaban y dejábamos de verlas, los suicidios se tapaban”. Aunque la experiencia fue dura, Encarnación aclara que “aunque suene fuerte” en Lleida lo pasó mucho peor.

Marian tiene el ‘pack’ completo de desdichas. El franquismo le robó su juventud y un hijo. Pasó por un preventorio y por San Fernando
La suma de los días de Encarnación Hernández Cotet hasta sus 21 años se resumen en la realidad común que comparten las desterradas, la anulación continúa. “A mí como sabían que mi abuelo estaba preso por republicano, me llamaban despectivamente la roja” y asegura además que su nombre desapareció en sus años de encierro siendo sustituido por un número que seguramente nunca olvide, el 90. 


Marian tiene el pack completo de desdichas. El franquismo le robó su juventud y un hijo. Pasó por el preventorio Doctor Murillo de Guadarrama —centro antituberculoso para niños sobre el que pesan multitud de testimonios sobre el trato inhumano bajo sus muros— y luego, en el centro de Las Oblatas le robaron a su niña. Algo que, asegura, no es casual. 

En el Preventorio de Guadarrama estuvo sólo unos meses, y asegura que allí sufrió todo tipo de malos tratos y vejaciones con tan solo siete años. Si su paso por el preventorio antituberculoso fue algo para olvidar, su estancia en el reformatorio de Las Oblatas, es digno de una obra de Dickens. Era rebelde, le gustaba salir y tomarse algo en una terraza con amigos: una aberración para la moral de la época.
Fue su propio hermano, perteneciente al grupo Acción Católica, quien, como consideraba inapropiada la actitud de su hermana, decidió ponerla en manos del Patronato y confinarla al destierro. “Mi hermano comió la cabeza a mis padres, alegó ante las autoridades que era nada más y nada menos que una prostituta y me encerraron”. Aún le cuesta hablar del tema, asegura que lo vivido allí es casi surrealista, asegura que una vez estuvo un mes encerrada en una celda de castigo por defender a otra interna. Sus padres, al percatarse de la situación en la que vivía, intentaron en varias ocasiones rescatarla. No tuvieron éxito. Una vez que la menor entraba a formar parte del Patronato la custodia dejaba de ser de los progenitores. Acabaría escapándose para no volver, con 18 años.

“Mi hermano le comió la cabeza a mis padres, alegó ante la autoridades que era nada más y nada menos que una prostituta y me encerraron”
Encarnación recuerda con claridad a las chicas que llegaban a San Fernando de la maternidad de Peña Grande con los pechos vendados asegurando que les habían quitado allí a sus hijos. “Cuando salió a la luz tema de los niños robados até cabos y entendí muchas cosas”. Marian puede hablar del tema con conocimiento de causa. A ella le dijeron que su bebé estaba muerto, en la clínica San Cristina en la calle O’ Donnell. No cree que sea algo casual. Considera que el robo de su hijo está íntimamente relacionado con el hecho de haberse fugado del reformatorio. Lo sigue buscando. 


Ambas están aún en tratamiento psiquiátrico, las heridas no cicatrizan a pesar de los años. “El médico ya me ha dicho que no me voy a curar, tengo 61 años y no he podido superarlo”, afirma resignada. “Tenía muchas ganas de contarlo, aún no lo he superado. Me marcó de por vida” sentencia Encarna.
“Sólo las que fuimos desterradas sabemos lo que pasamos y hasta qué punto ha influido en nuestras vidas”
Sus historias recogidas para siempre

Consuelo García del Cid escribió Las desterradas hijas de Eva por la promesa que hizo cuando se despidió de todas sus compañeras de destierro en el patio del reformatorio de Las Adoratrices, en el que estuvo encerrada durante dos años. Un juramento de la autora catalana que ha logrado sacar a la luz el horror que ella misma vivió en carne propia. “Consuelo ha sido un ángel para nosotras, ha luchado mucho para sacar todo esto a la luz”, aseguran muchas de las afectadas.



Cuando Consuelo relata a Público “su paso por los infiernos” destaca la indefensión absoluta que sentía, el dolor de un castigo cuyo motivo no entendía, la privación de libertad, de sentirse presa. “No sólo nos abandonaron, nos olvidaron por completo en manos de un sistema que encerraba menores por nada y la palabra rebelde era sinónimo de delincuente”. No tiene odio, ni siquiera rencor. Simplemente, desde que salió del reformatorio, sentía que tenía la responsabilidad moral de que se supiera algo que estaba postrado a la amnesia histórica. “Sólo las que fuimos desterradas sabemos lo que pasamos y hasta qué punto ha influido en nuestras vidas”, concluye. 

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